Vivimos en un país que está llamado -por gente con nombre y apellidos, así como por compañías, organizaciones y asociaciones con razón y domicilio social- a acabar en pro de la modernidad con muchos de los elementos socio-culturales, folclóricos de arraigambre y, ¿cómo no? religiosos que durante siglos hemos atesorado. He de confesar que en ocasiones no sé muy bien de qué va esta modernidad. Por ejemplo, si se trata de solucionar la inmadurez de los jóvenes con una pastilla que desde los 16 años pueden conseguir para «ocultar que ha pasado algo», yo me decanto por ser carca, pero carca de los de verdad. A la luz de las estadísticas difundidas por los centros de planificación familiar, el índice de reincidencia en las usuarias solicitantes de la píldora del día después es alto. Parece claro que no es un método anticonceptivo, pero muchos pospúberes la utilizan como tal.
Dejando de lado cuestiones morales, pero continuando con la avant-garde, la avanzadilla de lo que en un decenio tendremos por estos lares, leía hace algún día la noticia de titular: «Obama anunciará financiación por U$ 2.400 millones para fabricar coches eléctricos«. Mientras, aquí nos esforzamos en salir de la crisis a golpe de ladrillazo, embelleciendo nuestras aceras, renovando sus farolas, y olvidándonos de lo ventajoso que sería encontrar la fórmula para reconvertir nuestro (volátil) estrato económico de naturaleza inmobiliaria, en uno más competitivo, véase: el tecnológico.
Amigos, en analogía con un razonamiento expuesto por Juan Manuel de Prada, os digo: ser moderno implica ir a contracorriente (moverse en dirección diferente [que no contraria] a la de la masa) por eso, no hay nada más reaccionario hoy día que ser cristiano. Ah, una pregunta final, ¿qué pasaría si un sacerdote hubiese precedido el discurso de Zapatero tras la victoria socialista de los pasados comicios? Sin duda, más de uno se habría rasgado las vestiduras. A pesar de esto, para muchos obamistas el discurso (el gesto, tan importante en política) de un reverendo como antesala al discurso de la victoria, pasó inadvertido. Pero claro, ellos tienen tablas, son la primera economía del mundo, y celebran la verdadera Fiesta de la democracia, de la pluralidad.